sábado, 11 de septiembre de 2010


Al hilo del karma yoga, este cuento Zen recopilado por Osho, que como veis chupa de todas las tetas que se le ponen a tiro; y esto es un piropo; ojo.

Un maestro zen había estado en la cárcel varias veces.

... ¡Ahora un paso más! Estas personas zen realmente son ex­céntricas, locas, pero hacen cosas maravillosas. «Un maestro zen había estado en la cárcel varias veces.» Bueno, una cosa es per­donarle a un ladrón, creer que no es malo, pero otra muy dife­rente es que él mismo vaya a la cárcel. Y no solamente una vez, sino muchas, por robar a sus vecinos cosas insignificantes. Los vecinos lo sabían y estaban un poco perplejos: ¿por qué nos roba este hombre y, para colmo, cosas insignificantes? Pero en cuanto salía de la cárcel volvía a robar y acababa de nuevo entre rejas. Hasta los jueces estaban desconcertados. Pero su deber era man­darle a la cárcel puesto que él confesaba su delito. Nunca decía: «Yo no he robado».

Finalmente, los vecinos se reunieron y le dijeron: «Señor, no siga robando.

»Se está haciendo viejo y nosotros podemos proporcionarle todo lo que necesite, sea lo que sea. ¡Deje de hacerlo! Estamos muy preocupados y muy tristes. ¿Por qué sigue haciendo esas cosas?»

El anciano se rió y dijo:

—Robo para poder estar con los presos y así llevarles el men­saje interior.

»¿Quién les va a ayudar? Aquí fuera, para vosotros los presos de fuera, hay muchos maestros. Pero dentro de la cárcel no hay ninguno. ¿Decidme, quién les va a ayudar? Esa es la forma de en­trar y ayudar a esta gente. Por eso, cuando se acaba mi condena y me expulsan, tengo que robar de nuevo para volver a ir a la cár­cel. Y pienso seguir haciéndolo. Además, en la cárcel he encon­trado almas hermosas, almas inocentes, a veces, mucho más ino­centes...

Una vez nombraron a uno de mis amigos gobernador de un estado de la India y él me permitió visitar todas las cárceles de ese estado. Las estuve visi­tando durantes años y me quedé sor­prendido al ver que las personas que están en la cárcel son mucho más ino­centes que los políticos, los ricos y los mal llamados santos. Conozco a casi todos los santos de la India y son más astutos. He descubierto que las almas de los criminales son mucho más ino­centes... Comprendo perfectamente el comportamiento del viejo maestro zen que robaba y se dejaba atrapar para poder llevarles el mensa­je. «Robo para poder estar con los presos y así llevarles el mensaje interior.»

El zen no tiene un sistema de valores. El zen solo aporta una cosa al mundo y es entendimiento, conciencia. A través de la con­ciencia llega la inocencia. La inocencia es inocente con respecto a lo bueno y a lo malo. La inocencia simplemente es inocencia, no sabe de distinciones.

La última historia es sobre Ryokan. Él era un gran amante de los niños. Como se puede esperar de un personaje como él, tam­bién él era como un niño. Era el niño del que habla Jesús, tan su­mamente inocente que nadie creería que puede haber alguien así. No tenía astucia ni malicia. Era tan inocente que la gente so­lía pensar que estaba un poco loco.

A Ryokan le gustaba jugar con los niños. Jugaba al escondite, ju­gaba al tamari y también al balonmano. Una tarde le tocaba esconderse a él, y se ocultó bajo un montón de paja que había en el campo. Estaba oscureciendo y los niños, como no le podían encontrar, se fueron a casa.

A la mañana siguiente, un campesino llegó temprano para mover el montón de paja y empezar con su trabajo. Al encontrar­se ahí a Ryokan exclamó: «¡Oh, Ryokan-sama! ¿Qué estás hacien­do ahí?».

El maestro contestó: «¡Cállate! No hables tan alto que me van a encontrar los niños».

¡Se había pasado toda la noche debajo de la paja esperando a que los niños lo encontraran! El zen es así de inocente y esa ino­cencia es divina. Esa inocencia no hace distinciones entre el bien y el mal, no hace distinciones entre este mundo y el otro, ni hace distinciones entre esto y aquello. Esa inocencia es ser como se es.

Y ese ser las cosas como son constituye la esencia misma de la religiosidad.

Osho-Compasión

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