domingo, 16 de mayo de 2010

de la sensibilidad de las flores...




Este homenaje al mundo vegetal me toca muy especialmente...

...es de Osho.



Esta historia es una de las más significativas, porque es la historia en que comienza la tradición del zen. Mahakasyapa es el primer maestro del zen. Buda es la fuente, y Mahakasyapa es el primer maestro zen, el original. Y esta historia es la fuente de donde toda la tradición —una de las más hermosas y vivas de las que existen en el mundo—, la tradición zen, surgió.

Procura entender esta historia. Buda llegó una mañana y como de costumbre, se había reunido un gentío, muchas personas esperaban para oírlo. Pero algo era inusual: llevaba una flor en la mano. Nunca antes había llevado nada en su mano. La gente creyó que tal vez alguien se la hubiera regalado. Buda llegó y se sentó bajo el árbol. La muchedumbre esperó, esperó y esperó, pero él no habló. No los miraba, sólo miraba la flor. Pasaron minutos, después horas, y la gente se puso muy impaciente.

Se cuenta que Mahakasyapa no pudo contenerse y rió en voz alta. Buda lo llamó, le dio la flor y le dijo al gentío:

—Todo lo que podía decirse con palabras, os lo he dicho, y lo que no puede ser dicho con palabras, se lo doy a Mahakasyapa. La llave no puede ser comunicada verbalmente. Le paso la llave a Mahakasyapa.

Eso es lo que los maestros zen llaman transferencia de la llave sin escritura; más allá de la escritura, más allá de las palabras; más allá de la mente. Le dio la flor a Mahakasyapa. Nadie podía entender qué había ocurrido. Ni Mahakasyapa ni Buda hicieron jamás comentario alguno al respecto. El capítulo quedó cerrado. A partir de entonces, en China, en Tíbet, en Tailandia, en Birmania, en Japón, en Ceilán; en todas partes los budistas se han pasado veinticinco siglos preguntando: «¿Qué se le dio a Mahakasyapa? ¿Cuál era la llave?».

Toda la historia parece muy esotérica. Buda no es aficionado a los secretos; sólo ocurre en este incidente... Buda es un ser muy racional. Habla en forma racional, no es un extático loco. Argumenta racionalmente, y su argumentación, su lógica, son perfectas; no encuentras ni una falla. Éste es el único incidente en que se comportó en forma ilógica, en el que hizo algo misterioso. No es un hombre misterioso en absoluto. No encontrarás otro maestro menos misterioso.

Jesús es muy misterioso. Lao-Tse es absolutamente misterioso. Buda es llano, transparente; no hay misterio en torno a él, no permite que haya humo alguno. Su llama arde clara y brillante, clara y absolutamente transparente, sin humo. Este episodio es el único que parece misterioso, y por eso muchas escrituras budistas no lo recogen, lo han dejado de lado. Pareciera que alguien lo inventó. No coincide en absoluto con la vida ni con la actitud de Buda.

Pero, para el zen, es el origen. Mahakasyapa se convirtió en primer custodio de la llave. Luego, en la India, vino una sucesión de seis custodios, hasta Bodhidharma. Bodhidharma fue el sexto custodio de la llave, y, una vez que la tuvo, buscó y buscó por toda la India, pero no pudo encontrar un hombre de la capacidad de Mahakasyapa; un hombre que pudiera entender el silencio. Debió abandonar la India para buscar un hombre a quien darle la llave; si no lo encontraba, ésta se perdería.

El budismo llegó a China cuando Bodhidharma fue allí en busca de un hombre a quien se le pudiera dar la llave, un hombre que pudiera entender el silencio, un hombre que pudiera hablar de corazón a corazón sin obsesionarse con la mente, que no tuviera cabeza. Un hombre sin cabeza era difícil de encontrar en India, que es un país de pandits, de eruditos, que tienen las cabezas más grandes que sea posible. Con el tiempo, un pandit se olvida del corazón por completo y se vuelve cabeza. Toda su personalidad se tuerce, como si sólo la cabeza existiera, y todo el cuerpo se encogiera y desapareciese.

Esta comunicación que trasciende las palabras sólo puede efectuarse de corazón a corazón. De modo que Bodhidharma buscó en China durante nueve años, y aun así sólo encontró a un hombre adecuado. En China, Bodhidharma pasó nueve años sentado sin darles la cara a las personas; siempre se sentaba de cara a un muro. Si ibas a verlo, te lo encontrabas mirando el muro, dándote la espalda. La gente acostumbraba a preguntarle:

—¿Por qué te sientas de esta forma tan rara?; hemos venido a escucharte.

—Espero al hombre que sepa escucharme. No te miraré, no perderé el tiempo; sólo miraré a quien sepa escucharme.

Entonces, llegó un hombre; se paró detrás de Bodhidharma, se cortó la mano derecha, se la tiró a Bodhidharma y dijo:

—Vuélvete hacia aquí o me cortaré la cabeza.

Bodhidharma se volvió de inmediato y exclamó:

—¡Bien! ¡Has venido! Toma la llave y relévame de mi tarea —Bodhidharma le transmitió a ese hombre la llave que Buda le pasara a Mahakasyapa. El séptimo maestro fue un chino, y la llave siguió viajando hasta hoy. La llave está en algún lugar, alguien la tiene; el río no se ha secado.

Para mí, si todas las escrituras de Buda desaparecieran, nada se perdería. Sólo aquella anécdota no debería desaparecer. Es la más valiosa, y los estudiosos la han eliminado de la biografía de Buda. Dicen: «Es irrelevante; no es propia de Buda». Pero os digo: todo lo que Buda hizo es ordinario, cualquiera podría hacerlo. Pero esto es extraordinario, es excepcional, sólo un buda puede hacerlo.

¿Qué ocurrió esa mañana? Comencemos a penetrar en ello. Buda llegó, se sentó, y se puso a mirar la flor. No miraba a la gente; la flor era lo que fue el muro para Bodhidharma; él miraba al muro, no a la gente; no quería desperdiciar su mirada. La flor se transformó en muro y el gentío desapareció. Buda miraba y miraba la flor. ¿Qué hacía? Cuando Buda mira alguna cosa, transfiere la calidad de su consciencia. Y una flor es una de las cosas más receptivas del mundo. Es por eso que hindúes y budistas llevan flores para poner a los pies de su maestro, o en el templo, porque una flor puede llevar parte de tu consciencia.

Una flor es una cosa muy receptiva, y, si sabes de las nuevas investigaciones que se llevan a cabo en Occidente, entenderás. Ahora dicen que las flores son más sensibles que tú, que los humanos. La flor es el corazón de la planta; todo su ser acude allí. Se está investigando mucho la sensibilidad de las plantas en Rusia, en los Estados Unidos, en Inglaterra, y se descubrió algo increíble.

Un hombre, un científico, trabajaba con plantas; cómo sienten, si sienten o no, si tienen o no emociones. Estaba sentado frente a una planta a la que le había colocado electrodos para detectar cualquier movimiento de su ser interno, cualquier sensación, cualquier emoción. Pensó: «Si corto esta planta, si le arranco una rama, si la arranco de la tierra, ¿qué ocurrirá?». De pronto, la aguja que trazaba el gráfico saltó. Él no había hecho nada, sólo pensar: «Si corto esa planta...». La planta sintió miedo de morir y la aguja saltó, registrando que la planta temblaba. Hasta el científico se asustó, porque él no había hecho nada; sólo tuvo un pensamiento, y la planta lo recibió. Las plantas son telepáticas.

A partir de entonces, hizo muchas investigaciones, trabajó con grandes distancias. La planta fue alejada miles de millas; su planta, la planta a la que él había ayudado a crecer, que había regado, amado, fue llevada a miles de millas de allí. Entonces, volvió a pensar en ella y, a miles de millas de allí, la planta volvió a perturbarse. De modo que ahora se podía registrar científicamente que las emociones de la planta se veían perturbadas. No sólo eso, sino que, si pensabas en cortar una planta, todas las plantas que rodeaban esa área se perturbaban emocionalmente. Y aún más, si alguien que hubiera cortado una planta entraba al jardín, todas las plantas se perturbaban, porque percibían y recordaban que ese hombre no es bueno. Cada vez que ese hombre entra, todo el jardín siente que está entrando una mala persona.

Ahora, unos pocos científicos creen que las plantas pueden ser empleadas para la comunicación telepática, porque son más sensibles que la mente humana; y unos pocos científicos creen que las plantas pueden ser empleadas para recibir comunicaciones de otros planetas, porque otros instrumentos no son tan refinados.

En Oriente siempre se ha sabido que una flor es la más receptiva de las cosas. Cuando Buda miró la flor, y la siguió mirando, algo de él se transfirió a esa flor, Buda entró en la flor. La calidad de su ser, su alerta, su consciencia, su paz, su éxtasis, su danza interna, tocaron la flor. Cuando Buda miró a la flor, encontrándose tan cómodo, tan a sus anchas, tan carente de deseos, la flor debe haber danzado en su ser interno. La miró para transferirle algo a la flor; algo que debe ser entendido. Sólo la flor y él existieron durante un largo período de tiempo. Todo el mundo desapareció. Sólo Buda y la flor estaban allí. La flor entró al ser de Buda y Buda entró al ser de la flor.

Luego, la flor le fue dada a Mahakasyapa. Ahora no es sólo una flor, ahora lleva la budeidad. Lleva la calidad interna del ser de Buda. Y ¿por qué a Mahakasyapa? Había otros grandes estudiosos, diez grandes discípulos; Mahakasyapa sólo era uno, y sólo fue incluido entre los diez debido a esta historia, si no, jamás lo hubieran incluido.

No se sabe mucho sobre Mahakasyapa. Había grandes estudiosos como Sariputta —no encontrarías un intelecto más agudo que el suyo—, y también estaba allí Moggalayan, un estudioso muy grande. Sabía todos los Vedas de memoria, nada de lo que se hubiera escrito alguna vez le era desconocido. Era un gran lógico por derecho propio y tenía miles de discípulos. Y había otros; allí estaba Ananda, el primo hermano de Buda, quien durante cuarenta años fue con él a todas partes. Pero no, alguien que hasta entonces era desconocido, Mahakasyapa, se volvió de pronto el más importante. Toda la gestalt cambió. Siempre que Buda hablaba, Sariputta era el hombre más significativo, pues entendía las palabras mejor que ningún otro; y cuando Buda debatía, el más significativo era Moggalayan. Nadie pensaba mucho en Mahakasyapa. Permanecía en la multitud, simplemente era parte de la multitud.

Pero cuando Buda quedó en silencio, toda la gestalt cambió. Ahora, Moggalayan y Sariputta ya no eran significativos; simplemente, salieron de la existencia, como si no estuvieran ahí. Se volvieron simplemente una parte de la multitud. Un nuevo hombre, Mahakasyapa, se convirtió en el más importante. Se abrió una nueva dimensión. Todos se impacientaban, pensaban: «¿Por qué no habla Buda? ¿Por qué permanece en silencio? ¿Qué va a ocurrir? ¿En qué acabará?». Se sentían incómodos, impacientes.

Pero Mahakasyapa no estaba incómodo ni impaciente. En realidad, era la primera vez que se sentía cómodo junto a Buda; por primera vez, estaba a sus anchas con Buda. Tal vez se impacientara cuando Buda hablaba. Tal vez pensara: «¿Para qué tantos disparates? ¿Para qué seguir hablando? Nada se transmite, nada se entiende; ¿por qué seguir golpeándose la cabeza contra la pared? La gente está sorda. No puede entender...». Se debe haber impacientado cuando Buda hablaba, y ahora, por primera vez, estaba a sus anchas. Entendía qué es el silencio.

Había miles de personas allí y todas se impacientaban. Al ver la estupidez de la muchedumbre, no pudo contenerse. Se sienten cómodos cuando Buda habla; ahora que se queda en silencio, se impacientan. Cuando algo podía ser transmitido, no estaban abiertos; cuando algo no podía ser transmitido, esperaban. Ahora, con su silencio, Buda nos puede dar algo que es inmortal, pero no pueden entenderlo. De modo que no pudo contenerse y rió en voz alta; se rió de toda la situación, de lo absurdo que era todo.

Le exigimos que hable incluso a un buda, porque es lo único que entendemos. Eso es estúpido. Deberías aprender a estar en silencio cuando estás con un buda, porque sólo entonces puede entrar en ti. Con las palabras, puedes llamar a la puerta, pero no entrar; por medio del silencio, él puede entrar en ti. Con las palabras, puede llamar a tu puerta pero nunca entrar; con el silencio, puede entrar en ti, y, a no ser que entre, nada te ocurrirá. Su entrada traerá un nuevo elemento a tu mundo; su entrada a tu corazón te dará un nuevo latir y un nuevo pulso, una nueva descarga de vida; pero ocurrirá sólo si entra.

Mahakasyapa se rió de la estupidez humana. Se impacientan y piensan: «¿Cuándo se parará Buda y terminará con esto del silencio, así nos podemos ir a casa?». Él rió.

La risa comenzó con Mahakasyapa y ha continuado y continuado en la tradición zen. Ninguna otra tradición ríe, porque la risa parece tan irreligiosa, tan profana. No puedes imaginar a Jesús riendo, no puedes imaginar a Mahavira riendo. Aún más difícil es concebir a Mahavira lanzando una carcajada desde su vientre, a Jesús rugiendo de risa. No, la risa ha sido negada. De alguna manera, la tristeza se ha vuelto religiosa.

Uno de los famosos pensadores alemanes, el conde Keyserling, escribió que la salud es irreligiosa. La enfermedad tiene algo religioso porque una persona enferma está triste, carece de deseos; no porque se haya liberado del deseo, sino porque está débil. Una persona saludable ríe, le gusta divertirse, estar alegre; no puede estar triste. De modo que las personas religiosas han buscado enfermarte de distintas maneras: te hacen ayunar, reprimir tu cuerpo, torturarte a ti mismo. Te entristecerás, sentirás deseos de suicidarte, te crucificarás tú mismo. ¿Cómo vas a reír? La risa proviene de la salud. Es un desborde de energía. Por eso, cuando los niños ríen, su risa es total. Todo su cuerpo ríe, puedes ver que hasta los dedos de sus pies ríen. Todo su cuerpo, cada célula, cada fibra del cuerpo ríe y vibra. Están tan llenos de salud, de vitalidad; todo fluye.

Un niño triste es un niño enfermo, y un viejo que ríe sigue siendo joven. Ni la muerte puede envejecerlo, nada puede envejecerlo. Su energía aún fluye y rebosa, siempre está inundado. La risa es una inundación de energía.

En los monasterios zen ha habido risa, risa y más risa. Sólo en el zen la risa se volvió plegaria, porque Mahakasyapa la comenzó. Hace veinticinco siglos, en una mañana como ésta, Mahakasyapa lanzó una nueva tendencia, absolutamente nueva, desconocida hasta entonces por la mente religiosa: se rió. Se rió de toda la tontería, toda la estupidez. Y Buda no lo condenó; más bien lo contrario, lo llamó a sí, le dio la flor y le habló a la multitud. Y cuando la multitud lo oyó reír, debió haber pensado: «Este hombre se ha vuelto loco. Este hombre le falta al respeto a Buda, porque ¿cómo vas a reír ante un Buda? Cuando un Buda se sienta en silencio ¿cómo vas a reírte? Este hombre no demuestra respeto». La mente diría que eso es una falta de respeto.

La mente tiene sus propias reglas, pero el corazón no las conoce; el corazón tiene sus propias reglas, pero la mente nunca oyó hablar de ellas. El corazón puede reír y ser respetuoso; la mente no puede reír, sólo puede estar triste y sólo entonces demostrará respeto. Pero ¿qué clase de respeto es este que no ríe? Una muy nueva tendencia se introdujo con la risa de Mahakasyapa, y esa risa continúa sonando a lo largo de los siglos. Sólo los maestros zen y los discípulos zen ríen.

En todo el mundo las religiones han enfermado debido a la importancia que le dan a la tristeza; no parecen festivas, no dan una sensación de celebración. Si entras a una iglesia, ¿qué ves ahí? No vida, sino muerte; Jesús crucificado completa la tristeza de la escena. ¿Puedes reír en una iglesia, danzar en una iglesia, cantar en una iglesia? Sí, allí se canta, pero con tristeza, y la gente se sienta con la cara larga. No es de extrañar que nadie quiera ir a la iglesia; es una formalidad. La religión se ha convertido en una cosa de los domingos. Puedes soportar estar triste durante una hora.

Mahakasyapa rió frente a Buda y, desde entonces, los monjes zen, los sannyasin, los maestros, han estado haciendo cosas que las mentes religiosas —las llamadas mentes religiosas— no pueden siquiera concebir. Si has visto algún libro sobre zen, tal vez hayas visto pinturas, retratos de maestros zen. Ninguna pintura es fiel a la realidad. Si ves el retrato de Bodhidharma o el retrato de Mahakasyapa, no se parecerán a sus verdaderos rostros, pero el mirarlos te dará una sensación de risa. Son hilarantes, son ridículos.

Mira el retrato de Bodhidharma. Debe haber sido uno de los más bellos de los hombres; no puede no haberlo sido, porque cuando un hombre deviene iluminado desciende una belleza, una belleza que viene del más allá. Una bendición llega a todo su ser. Pero mira el retrato de Bodhidharma: se le ve feroz y peligroso. Parece tan peligroso que, si fuera a visitarte una noche, te asustarías; no podrías volver a dormir en toda tu vida. Parece muy peligroso, como si fuera a matarte. Pero eso es cosa de los discípulos, que se reían del maestro creando un retrato ridículo. Parece un personaje de tira cómica.

Todos los maestros zen son retratados con un aspecto ridículo. Los discípulos lo disfrutan. Pero esos retratos transmiten la idea de que Bodhidharma es peligroso, de que si acudes a él te matará, que no puedes escapar, que te seguirá y te acosará, que dondequiera que vayas, allí estará, que no te dejará a menos que te mate. Eso es lo que se retrata de todos los maestros zen, Buda incluido.

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